Decir que el genio o el talento pueden reducirse a un algoritmo es una afirmación aventurada pero posible, según se está viviendo últimamente con el auge de la Inteligencia Artificial (IA).

Románticamente, estamos inclinados a pensar que la creatividad auténtica tiene un elemento definitivo, más allá de la formación académica e intelectual de una persona, de sus cualidades cognitivas, e incluso de su experiencia vital. El talento del genio, pensamos, tiene algo casi sobrehumano.

La realidad de hoy en día es que se vive un momento de efervescencia con el uso de apps creativas alimentadas por la IA que generan imágenes espectacularmente visuales a partir de arte originalmente humano. Millones de personas abrazan la nueva posibilidad de crear «obras de arte» con sólo comandos bien definidos que requieren una mínima creatividad. Y entre más impresionantes y entretenidas se vuelven las imágenes, más tiempo pasan distraídos y menos tiempo dedican a cultivar sus propias capacidades.

Todas estas cuestiones nos generan la pregunta de: ¿y si, efectivamente, el genio creativo pudiera reducirse a una serie de comandos, a una expresión de flujo binario que combinados desembocan en la creación de una obra creativa y original? Unos creen que esta es el último escalón por el cual, la tecnología reemplaza finalmente la creatividad del espíritu humano; otros, que es la forma en la que las capacidades humanas son rebasadas y se abren nuevas dimensiones de creatividad. 

La repercusión social que han atraído estas tecnologías al generar estas dos posturas enfrentadas ha permitido que muchos acabemos informándonos sobre las posibles repercusiones positivas y negativas que la IA traerá al sector:

La precariedad, el aumento del desempleo por su entrada en el mercado de trabajo, la pérdida de los derechos de autor o la banalización del arte, son sólo algunos de los temas que más les preocupan a los detractores sobre el uso de la IA. Se puede llegar a precarizar el sector mucho más de lo que ya está de por sí en lo referente a los profesionales que apenas están empezando.

En cambio, las voces partidarias de la IA no creen que este tipo de tecnologías hayan venido para reemplazar la labor del diseñador. Con su capacidad para organizar cantidades masivas de datos, reconocer imágenes, introducir chatbots y predecir cambios en la cultura, muchos ven oportunidades.

La realidad es que la IA lleva estando integrada en nuestra vida cotidiana desde hace un tiempo ya que proporciona una serie de beneficios al asumir tareas repetitivas o serviles. Nos ayudan en nuestros quehaceres diarios además de en otros sectores como la fabricación, el transporte, los viajes o la atención médica.

Por el momento, todo apunta a que el trabajo del diseñador no desaparecerá. Pero su enfoque sí puede cambiar. Los expertos dicen que, al eliminar ciertos tipos de tareas más manuales, el diseñador puede actuar como observador, llevando a cabo un trabajo más estratégico, crítico, innovador y centrado en el usuario.

Las IA acelerarán el proceso de desarrollo y a medida que esto ocurra, los clientes tendrán nuevas expectativas y necesidades. Las herramientas de diseño y los flujos de trabajo tendrán que ser más veloces para adaptarse a este entorno más dinámico, lo cual no deja de ser emocionante.

El riesgo de todo esto es que el diseño se convierta en algo muy homogéneo y pierda su dimensión humana, a medida que los creativos pierdan la perspectiva de que la IA solo es un sistema colaborador efectivo, una herramienta. Y es que, volviendo a la reflexión del principio, por mucho poder que puedan estar ganando a la hora de transformar la industria del diseño, nunca podrán reemplazarnos, ya que carecen de una habilidad esencial: la creatividad.

Las máquinas (aún) no entienden de subjetividad, contextos ni normas sociales. Un algoritmo no asimila el significado de los símbolos que maneja: escribe un cuento, pero no lo interpreta; colorea una imagen, pero no siente las connotaciones que expresa cada trazo. Los seres humanos somos expertos en inventar cosas por accidente, en asociar ideas que no guardan relación ninguna.

Por ello, a la hora de tratar la dicotomía competencia-colaboración entre IA y personas, es menester encontrar el equilibrio entre ambas para que la primera sirva para cumplir los objetivos creativos del artista que la usa.

En resumen, la inteligencia artificial es la herramienta más poderosa a nivel creativo de los últimos tiempos, pero aún más importante, es un estímulo que ha abierto la puerta, una vez más, a la reflexión profunda sobre conocimiento y realidad humanas.

Nuestra obligación, no sólo cómo creativos, también como humanos, es explorar los nuevos caminos artísticos y culturales que nos ofrece el progreso sin olvidar nunca lo que somos. La singularidad de cada ser humano es el bien más preciado del que disponemos: nos hacen únicos e inimitables ante las IA que diseñan, pintan, escriben y componen. Habrá algoritmos que copien a Rembrandt, pero no habrá nadie como Rembrandt. Nuestro papel es decidir cuándo, cómo y por qué la IA funciona. Tener juicio y criterio, tener educación moral.

 

Bibliografía

https://www.neo2.com/inteligencia-artificial-que-es-como-funciona/

https://graffica.info/inteligencia-artificial-y-diseno-un-mix-habitual/

 

 

Pin It on Pinterest